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Punto y seguido.

Luz y oscuridad. Uno sin el otro no existen. Opuestos e iguales. Casi indestructibles.
Quizá nadie se diese cuenta, excepto esa chica de mirada vidriosa y ojos azules celestes, que permanecía apostrada tras la ventana de su cuarto, siguiendo con su dedo índice el recorrido que hacian las gotas de la lluvia sobre el cristal. La noche estaría al caer pero poco parecía importarle.
Tenía los ojos rojos e inchados de tanto llorar, sus mejillas estaban pegajosas, y un sudor frío le helaba la piel. ¿Qué más podía perder?